Comida y fotografía

Comida y fotografía

La fotografía de comida ha sido un género enclavado en lo comercial a la cual no se le ha dado la validez artística y estética que se merece. Sin duda una primera referencia del género de fotografía de comida es la pintura del siglo XVII asociada con naturalezas muertas y bodegones. Es sin duda de ahí, de donde los fotógrafos de comida han tomado prestados elementos como: la composición, los efectos de la luz, el realismo y los recursos alegóricos y de significado.

La fotografía de comida existen desde principios del siglo XIX. Los fotógrafos Nicephore Niepce, Louis-Jacques-Mande Daguerre, Hippolyte Bayard y Henry Fox Talbot, se aventuraron a explorar el género y realizaron interesantes imágenes donde los alimentos (frutas y animales muertos) muestran su gracia natural. En 1867, el libro titulado “Le Livre de cuisine” (The Royal Cook Book) escrito por el cocinero francés Jules Gouffe, mostró por primera vez 25 cromolitografías a color, ilustrando los platillos. Sin duda el inicio de la fotografía para recetarios.

Las imágenes de comida han ido evolucionando conforme lo ha hecho la propia gastronomía. En los años cincuenta, en el trabajo de Elodia Portal, es evidente la referencia directa a la pintura del siglo XVII. Imágenes realistas, estáticas pero que denotan una cierta belleza. Al mismo tiempo la organización de los elementos en la imagen es tan pensada y estructurada que el resultado pareciera artificial.

Hasta 1980, la composición y los efectos lumínicos eran indispensables en la fotografía de comida. El oficio del ecónomo o productor de la imagen de comida, se hizo muy popular desde los años cincuenta y hasta los años noventa del siglo pasado. Su labor era producir desde los platillos para hacerlos duraderos y resistentes a la iluminación artificial, hasta acomodar cada elemento en la toma. La comida debía parecer lista para consumirse pero estética.

Sin duda la cocina del chef catalán Ferran Adrià fue también un parte aguas para la fotografía de comida, sus platillos, basados en la cocina molecular, debían mostrar vapores, texturas y movimiento. A partir de entonces, surgió una manera de acercarse a la fotografía de comida, menos estática más desenfadada y mucho más informal. El reto del fotógrafo era captar el platillo apenas salía de la cocina, sin producción ni engaños, tal y como el chef lo había concebido.   

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