Al iniciar la cuarentena creí que me volvería adicta a la satisfacción instantánea de un juguete sexual, pero al pasar los días (algunos muy buenos días entregada al auto-placer) fui olvidando la opción visceral del deseo carnal y entreteniéndome más en otras actividades de carácter más intelectual. Sin embargo, no hubiera sido lo mismo mi cuarentena sin mi vibrador, que me salva cuando estoy con las hormonas a full, que me consuela cuando tengo días tristes, que me da el boost de energía cuando un deadline me genera lapsos de intenso estrés y que me ayuda a dormir cuando el insomnio me envuelve casi cada noche desde que comenzó el encierro. Gracias, vibrador, por la dopamina instantánea que a veces es imprescindible generar.

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