El único juguete que me quedó de mi infancia fue este perrito de peluche que mis padres me regalaron cuando tenía 6 años, en navidad. Todavía recuerdo cuando me lo obsequiaron. Mis padres me habían llevado junto con mi hermana menor a una tienda de prestigio en la Condesa, porque habían prometido comprarnos una muñeca, pero, al llegar, mi vista fue atraída por unos perritos de peluche que tenían un listón rojo en el cuello; ¡fue amor a primera vista!; ante la sorpresa de mis padres les dije que ya no quería una muñeca, que lo que quería era el perrito. Desde entonces ha sido mi compañero, primero con la separación de mis padres, luego cuando decidí independizarme y hoy con una pareja y en confinamiento. En estos días, cuando el insomnio aparece, me recuesto en mi cama y lo coloco a mi lado como cuando era niña, cierro los ojos y me ayuda a conciliar el sueño, tal vez porque me recuerda cuando mi madre me arropaba y me daba las buenas noches para dormir y eso me daba la seguridad de que todo estaría bien.

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