LAS REGLAS DEL JUEGO

Si existiera alguna manera sencilla para definir el tiempo, diríamos que es un concepto volátil que es contemplado desde el sitio donde se está ubicado. El tiempo significa y transcurre de forma diferente para cada uno de nosotros. El tiempo, sabemos entonces, es relativo.

Para nosotros, que habitamos un espacio normal, ajustamos el tiempo a nuestras actividades diarias e itinerarios de trabajo, estudio u ocio. Pero ¿qué sucede con aquellos cuyas vidas están comprometidas con un espacio donde el tiempo no solo es algo que es gestionado, sino que, en apariencia, permanece congelado?

Para una persona privada de su libertad, el tiempo es materia cuantificable ya que define el futuro y la permanencia en un sitio. Detrás de los muros, los días se convierten en travesías que deben ser planeadas por medio de inagotables prácticas repetitivas, utilizando estrategias de supervivencia para combatir el hastío y la espera.

El juego y el arte son vitales en los espacios penitenciarios ya que remplazan, de forma temporal, el orden y la uniformidad cotidiana. El juego crea un espacio paralelo al de la cárcel, crea una dimensión alternativa y se convierte en una táctica de escapatoria a la monotonía y la pesadez de la rutina carcelaria. El arte marcha en la misma dirección, pero la trasciende, ya que en la medida que el arte no solo requiere inversión de tiempo, sus resultados generan conocimiento sobre el contexto penitenciario y, principalmente, sobre el individuo que juega el rol de artista.

El juego y la creación artística quedan unidos por acuerdos que nacen entre individuos y grupos y que no pueden imponerse. Es así cómo el acto lúdico y el artístico quedan anclados a una necesidad de emancipación y de autonomía; una regla elemental que merece atención.

Ricardo Caballero

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