En una carta fechada el 2 de julio de 1748, el virrey, Matías de Gálvez y Gallardo, describe más de 80 diferentes bebidas embriagantes propias de la Nueva España: pulques, licores, vinos de caña, chiringuitos, pozoles, ponches, tepaches, vinos de mezquite, chichas, zendejos, y zambumbias, entre muchos otros. Las bebidas mexicanas forman un universo muy vasto, demostrando el ingenio y la habilidad de sus pobladores para aprovechar los recursos naturales que nuestro territorio posee.
Las bebidas mexicanas han tenido diversos usos, más allá de la nutrición o la embriaguez, su producción y consumo se puede ligar a prácticas sociales tan complejas como la religión, la economía y la recreación.
Las diferentes culturas prehispánicas en México, concedieron un carácter ritual al maguey y a los agaves en general, los cuáles han sido consumidos y explotados desde hace miles de años para producir algunas de las bebidas más emblemáticas de nuestra cultura: los pulques y los mezcales.
Durante la Colonia, debido al choque de culturas, se mezclaron ingredientes, utensilios y procesos, se adaptaron modos de hacer y se crearon nuevos. En este período, se refinaron técnicas como el destilado y se introdujeron nuevos ingredientes, como la leche, el azúcar, las especias aromáticas y la uva. Durante el siglo XIX, la cerveza y su proceso de fabricación industrial, definieron la primera modernidad mexicana, la del Porfiriato, industria que creció apoyada en el ferrocarril, el petróleo, la industria siderúrgica y la del vidrio.
Las bebidas mexicanas son fruto del mestizaje y parte de su cultura híbrida, han acompañado desde siempre los festejos y las penas, los banquetes y las hambrunas, los bailes y las guerras, convirtiéndose en parte esencial de la cotidianidad mexicana. Siempre presentes en la iconografía popular, son un tema rico para la identidad de los mexicanos.
La exposición se presentó del 22 de marzo al 20 de agosto de 2017.