Me conocen desde que era chiquita, existen mucho antes que yo. A mi papá se las hacía mi abuela y le encantaban. Como era de esperarse, en el paquete de amor que compartieron mis jefes, venía incluido eso de aprender a hacer “las gorditas”.

Desde entonces han sido parte de mi vida, bastaba con insinuar mi antojo para que en breve mis deseos se hicieran realidad. Ella las hacía, yo las disfrutaba. ¡Qué chulada de mamá!

Luego llegó la pandemia y sus incómodos ajustes. A mí se me siguen antojando… a mi mamá ya no tanto. Sabía que mi delirio seguiría en aumento y en igual proporción, la ansiedad.

Después de discutirlo con mi desidia, ganó mi panza y acepté que era hora de aprender a hacerlas (y de paso superar los intentos fallidos). Ahí la llevo, he hecho unas 3 tandas y no ha sobrado ni una. Por supuesto que me falta, seguiré intentando. Lo bueno es que la pandemia y mi antojo parecen no tener llenadera.

 

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