Domicilios móviles
La esfera que define a la cárcel invariablemente excede sus muros. Esto lo compruebo cuando en la calle encuentro a personas que conocí en prisión, algunas de ellas, como alumnos. Son personajes adaptados a una vida que no siempre puede definirse en los mejores términos ya que muchos, al salir libres, regresan a habitar las calles.
Hace más de diez años conocí en Cevarepsi a un interno al que llamaban ´La Centuriona´. Jamás conocí su nombre de pila y pocas veces asistió al salón de clases. No obstante, lo recuerdo bien porque fabricaba modelos de aviones y bombarderos con basura que encontraba. Al cumplir su tiempo, quedó libre.
Mi primer encuentro con la Centuriona fue en una estación del metro poco después de ser liberado. Me sorprendió encontrarlo caracterizado de custodio o celador de la cárcel donde estuvo. Su uniforme era negro y tenía distintivos de seguridad penitenciaria hechos con el papel dorado y plata de las cajas de cigarros. Me reconoció e hizo algo extraordinario: me tomó una foto con su celular miniatura. Una segunda vez lo encontré afuera de Cevarepsi. Había ido porque quería recoger el dinero que había ahorrado durante su encierro. Nuevamente iba caracterizado como un empleado de una empresa imaginaria, pero había algo más, algo sorprendente: tenía estacionado en la calle un vehículo hecho también con desechos, que recordaban a un microbús verde. Le pregunté qué era aquello y me dijo que su coche; que ahí vivía y lo empujaba.
El proyecto Otros Domicilios nació o quedó prefigurado durante uno de mis últimos encuentros con este personaje de la ciudad. Lo vi en el centro y de nueva cuenta empujaba una especie de furgón hecho con basura, esta vez más grande; ahora se trataba de un Metrobús. La Centuriona me explicó que vivía ahí dentro, que llevaba su casa a todos lados hasta que el camión de la basura –o la policía– se lo quitaba. Qué ironía.
Ante este tipo de fenómenos ¿cómo se define el espacio que habitamos? La cárcel en buena medida opera también como hospedaje para aquellos que no tienen nada y, por otro lado, cuando el encierro termina, las calles se convierten en el páramo que es intervenido a modo de vecindario sin muros.
Conocí a La Centuriona hospedado en una cárcel y posteriormente lo encontré habitando y errando en las calles, empujando un magnífico objeto de naturaleza escultórica producto no sólo de sus necesidades inmediatas, también de un complejo entramado que a su vez se hospeda en su mente.