Cómo consecuencia del confinamiento tuve que regresar antes de lo esperado a la CDMX, a vivir en casa de mi papá, desempleada. Por hacer algo productivo, decidí retomar la pintura en acuarela, que tenía casi 10 años de no hacer. Para limpiar el pincel necesito este trapito, que en sus mejores días era la manga de una camiseta de la que mi papá decidió deshacerse antes de mi llegada a su casa. Ha estado conmigo desde el primer día de mi confinamiento y, aunque parece que está babeado, ha servido muy bien para ayudarme a mantenerme ocupada. Un día lo moví de lugar y tuve que ocupar una toalla de papel en su lugar, me sentí como en la película de Náufrago cuando Wilson se extravía en el mar.
No sé qué haré cuando termine el confinamiento, si seguiré pintando, si me pueda volver a mudar fuera de la ciudad o si el trapito irá conmigo, por ahora somos mejores amigos.