Mi relación amorosa terminó poco después del inicio de la cuarentena. Hubo que decirnos adiós en un parque y usando cubre bocas. Recuerdo la escena y me parece propia de una película de ciencia ficción, aunque, se siente como película de otro género. Podría decirse que el confinamiento llegó a mis días con las tres heridas de las que hablaba Miguel Hernández: la del amor, la de la muerte y la de la vida.
Aunque cerebro e intuición son mis herramientas principales de trabajo, las artesanías manuales y las palabras escritas son el lenguaje de mis emociones. El confinamiento tuvo el efecto de silenciar mi voz escrita por un buen rato, pero mis manos no han dejado de murmurar. Esta pieza que tejo a mano tiene un valor especial. Está compuesta por decenas de círculos de tela reciclada que hay que cortar, anudar y entrelazar entre sí. Elegí colores que dialogan con mis sentimientos y, mientras uno círculo tras círculo, pienso en las conexiones que tengo con amigas, con amigos, con familia, con colegas, con la naturaleza y conmigo misma. Con las conexiones están unida la confusión ante la pandemia, empatía hacia el dolor de miles de personas, vulnerabilidad ante la enfermedad y recuerdos que me regaló la relación perdida.
Lo que pronto será un tapete es también un recordatorio de que las tres heridas son inevitables. También será un recordatorio de que puedo vivirlas con gentileza y consciente de que, con o sin confinamiento o pareja, estoy en buena compañía.