En ella descargué mi enojo de ya no hacer lo que hacía y que amaba: mi trabajo, mi rutina, mi nadada… se detuvo mi vida. Descubrí que esa piñata era mi resistencia a cualquier cambio y que era terapéutica. Recursos básicos: un globo, periódico, harina y agua. Quiero hacer el virus maldito, lo tengo que concretar, acercar, enfrentar. Y cuando la furia ardía, se transformó en motivo para mí: el primer año del hijo de mi ahijada sería el 10 de junio. ¡Claro! será para él, una piñata donde el cumpleañero no le pega a su héroe y llore al grito de dale, dale, dale. Y así fue. Su año uno, fue sin niños, sin invitados, pero con piñata que rompió, créelo, sí la rompió con sus manitas y feliz, no había más que aire.