Si no fuera por ti, querido ventilador, yo ya no estaría aquí. Me libré de morir fuera de casa por contagio y me libré de morir de calor dentro de ella, gracias a ti.

Nunca había vivido tan encerrado y nunca me sentí tan acalorado. Nunca pensé que el sol del día pegara tan fuerte en casa. Nunca pensé que el ruido de “las mañanas”, aturdiera tanto en casa. Nunca sentí morir de calor o de locura, si no es ventilador, por ti.

Nunca pensé que: ladridos, pitidos o sirenas de coches; campanadas de iglesias o basura; música de heladeros u organilleros; los silbatos del cartero, del globero, del tránsito o del camotero; el camioncito del “gaaaaas”, la flauta del afilador, los famosos altavoces de “los ricos tamales oaxaqueños” o del ropavejero con su “se compran colchones, tambores, refrigeradores…” o la canción del “panadero con el pan”, iban a ser vencidos por ti, querido ventilador.

Nunca pensé que tu ruido silencioso pero uniforme me iba a hipnotizar. Nunca pensé que me fuera a concentrar. Nunca pensé que me fueras a salvar. Mi “ruidito” querido. Mi héroe salvador. Mi ventilador.

Un sobreviviente amante del objeto.

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