Cuando nos dimos cuenta que estaríamos solos, sin salir, ni recibir ayuda de nadie, escogí la tarea de lavar los trastes. Me di cuenta que nuestra esponja era un objeto en completo deterioro y compré una nueva, sin embargo nunca la abrí y seguí trabajando con esta reliquia que me recordó a la pobre muñeca fea de Cri-Cri.
Usar la esponja vino a ser una tarea que de inicio se encontraba fastidiosa, pero más tarde le encontré sentido en mi simple vida de rutinas de encierro, a tal grado que poder extrañarla el día de mañana.
Las técnicas de lavado se fueron perfeccionando en cuanto a tiempo y eficacia, cada elemento tiene su importancia, el agua, su temperatura, el jabón y su cantidad exacta, así como el tiempo en el que afloja la grasa para que la esponja no tenga que hacer todo el trabajo. Se tiene que saber qué trastes deben de ir primero para utilizar de manera eficaz el agua. Mi lista de técnicas podría seguir pero prefiero dejar que la gente experimente por sí sola.
El hacer algo totalmente ajeno a tu rutina de trabajo profesional es la mejor manera de ponerte en los zapatos de otra persona, todo a favor de la empatía.
Espero el momento en que regrese Mariana (nuestra empleada doméstica) para intercambiar conocimientos y experiencias en el uso de la esponja.
Me pregunto si ella también compone el mundo al calor de los trastes.