Se deja ver cada dos o tres años… depende. Llegó a este espacio con un propósito definido y que, una vez cumplido, quedó a merced de algún recuerdo casi perdido en la memoria de alguien que, como a una falsa amistad, le busca sólo en tiempo de necesidad. Su primer “empleo formal” fue el de atropellar a un empleado francés. Seguiría de ser jalado por un lechero cuyo caballo se lastimaría una pata antes del Sabbath; y su último encargo sería el de ser el negocio y único sostén de una familia migrante. Al rincón se le envía (sin ser verdaderamente un castigo), y se oyen rechinar sus llantas cuando algo más necesita el paso. “Quítalo para que entre aquello”; y aunque el espacio es grande, se le ha asignado un confinamiento involuntario en un lugar que por gusto jamás habría escogido. Se le ha dejado relegado detrás del velo del semáforo en rojo. Muchos estamos acompañados en casa de mil y un objetos de uso cotidiano; pero él está lejos -muy lejos- de ser necesitado. No es de primera necesidad… o, por lo menos, no ahora. Si el sótano se ha inundado, estará a medio podrir. “Si la ha librado”, seguirá a merced de la retentiva a largo plazo. No todos los objetos de confinamiento están a la mano; tal vez ni siquiera en casa. Simplemente están, aún si no sabemos dónde ni en qué estado.

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