La lucha libre de todos los días
La lucha libre puede ser interpretado como un combate entre el bien y el mal, un espectáculo escénico que presenta imágenes melodramáticas de justicia, traición, violencia y dolor, un deporte de contacto que exige una ardua preparación de quienes lo practican.
Dentro de las industrias culturales también podemos incluir ciertas actividades deportivas, ya que el deporte es una industria que mueve capitales económicos enormes, y moviliza medios de comunicación y distribución gigantescos. Los actuales eventos deportivos se distinguen por su alto grado de teatralidad y ritualización.
En México los deportes más populares son el fútbol y la lucha libre, en ambos, el público cumple una función muy importante dentro de la activación de los rituales deportivos, y son pocos aquellos que cuestiona la importancia o la función del juego en las sociedades contemporáneas. En su condición de espectáculo, el deporte glorifica las acciones y los personajes cotidianos, el deporte está presente en gran parte de la comunicación, la economía y producción humanas.
El deporte puro siempre permanece en los límites de lo verosímil, los deportes Olímpicos, legitiman su veracidad a través del mecanismo de reglamentación que los rodea.
En el caso de la lucha libre, ésta transita fuera de estos límites, deja espacio para la ficción y la narrativa; para la exageración de los símbolos en sus temas, no se cuestiona que los luchadores sean deportistas, al contrario, se vuelve evidente. Roland Barthes definía a la lucha libre (refiriéndose al catch francés) como una “comedia humana verosímil” en donde la veracidad no era importante, lo importante eran las pasiones representadas, teniendo en la exageración de los signos su razón de ser.
Una de las singularidades fundamentales del espectáculo de la lucha libre es que precisa al público para funcionar, no es un entretenimiento pasivo, los espectadores forman parte activa de las narrativas y en cierta medida condicionan el desarrollo de las mismas. En la lucha libre los espectadores ven representados sobre el ring sus melodramas cotidianos, las fantasías de violencia y venganza, se vuelve un espacio de posibilidad y el desfogue.
Otra característica notable, es que los luchadores surgen de contextos similares a los del público, se convierten en los actores principales de los encuentros de lucha libre, pero al finalizar la función vuelven a sus actividades cotidianas. El hecho de que estos héroes sean palpables, ofrece un punto de identificación muy fuerte con sus audiencias: el que sube al ring no es ajeno, es mi vecino, es mi primo, mi chofer, mi taquero, soy yo.