La estética del luchador
Una de las características de la lucha libre mexicana es la apariencia de sus luchadores. La máscara es el elemento simbólico por excelencia de la lucha libre mexicana, protege y crea identidades. Los equipos utilizados por los luchadores se conforman normalmente por la máscara, el calzón, las botas.
La personalidad de los luchadores es pieza clave para la construcción de los personajes, junto con los mascareros y promotores se deciden los elementos que conformarán la identidad del luchador. Los enmascarados aparecieron en Estados Unidos a principios de siglo, bajo un nombre genérico (masked marvel), lo curioso es que no se adoptó este nombre como una identidad sino como un mecanismo dentro del espectáculo luchístico, sin embargo la máscara nunca se popularizó en el wrestling estadounidense.
En México, desde su aparición en los años treinta, la máscara ha sufrido diferentes variaciones y actualizaciones. El primer mascarero mexicano fue Antonio H. Martínez, él desarrolló el modelo básico de la máscara tradicional en 1934. Los primeros luchadores que usaron máscaras en México fueron: Ciclón McKay (1934), La Maravilla Enmascarada (1936) y Jesús el Murciélago Velázquez(1938), los cuales precedieron a figuras míticas como el Santo, Blue Demon o Mil Máscaras.
Con el paso del tiempo los equipos y personajes se han ido sofisticando, reflejando los gustos, tendencias y fenómenos de cada época. Los luchadores se han convertido en íconos de la identidad mexicana, en gran medida gracias a su estética. La estética del luchador presenta los elementos que lo forman; sus realidades, los imaginarios de su sociedad, su historia y sus mitologías. El combate se convierte en espacio de representación, donde cada elemento mostrado es particularmente importante y significativo, los personajes de los luchadores se construyen de fuentes muy diversas: imaginarios visuales, sociales, culturales, políticos y económicos y representan las tensiones sociales de los distintos contextos que los componen.
