Cuerpo y construcción de la masculinidad
“La hombría se mide por la invulnerabilidad ante las armas enemigas o ante los impactos del mundo exterior” Octavio Paz. El Laberinto de la Soledad 1968.
El Luchador, junto con el charro y el futbolista, son unos de los prototipos de la masculinidad mexicana. Entre los mitos del cuerpo, el luchador forma un mundo aparte, esta figura amalgama los miedos y orgullos de los hombres mexicanos, es una figura revolucionaria que juega con la provocación y con el deseo.
Un aspecto recurrente de la masculinidad mexicana es la nulidad del otro, la cual se define con el juego del cuerpo, la Lucha Libre se presenta como un espacio de ensayo para la identidad y la transgresión. El cuadrilátero se vuelve un espacio de representación, un espacio performático y escénico; ahí se presenta un espectro de masculinidades, modelos de lo masculino que reflejan los arquetipos de lo permitido.
Como en las obras de arte clásicas y renacentistas, el cuerpo cobra vital importancia, la celebración del cuerpo, masculino primero, femenino empoderado después y transgénero en su última instancia.
En este espacio de lo posible, el cuerpo reclama su propia materialidad, su carnalidad y sus pulsiones. El hombre reinventado por la Lucha Libre exhibe el trabajo en sus carnes, se decora con telas llamativas, colores y lentejuelas y oculta su rostro, abriendo las posibilidades de lo simbólico en juego y la transgresión con el entorno.