La evolución de la ciudadanía mexicana y la relevancia del voto.
En la Constitución de 1836 se define, por primera vez, la ciudadanía: para gozar de esta condición, había que ser varón nacido en México, propietario, católico y saber leer y escribir.
En la Constitución de 1857, la religión deja de ser condición, pero se reserva la ciudadanía a los varones propietarios mayores de 21 años o de 18, en el caso de ser casados.
Durante todo el siglo XIX y los 34 años de dictadura porfirista, el derecho al voto consagrado formalmente en la ley es letra muerta y una de las razones del estallido de la Revolución Mexicana que nace precisamente exigiendo “sufragio efectivo”.
A partir de entonces no hay duda, las cifras son claras: la ciudadanía mexicana se ha involucrado cada vez más en la elección de sus representantes políticos. Mientras en la crucial elección de 1911 apenas votó el 0.13% de la población (menos del uno por ciento), en la última elección presidencial (2018), lo hizo casi el 46%. En las ocho elecciones que se celebraron entre 1920 y 1952, votaba, en promedio, apenas el 12% de los mexicanos. Las cosas cambiaron en 1958, cuando las mexicanas votaron por primera vez. En esa ocasión emitió el sufragio el 21% de la población. Tras la competida elección de 1988 y las reformas políticas que le sucedieron, en 1994, ejerció su derecho al voto casi el 43% de la población, es decir, la cifra se duplicó