Considero que no es casualidad que durante este confinamiento la única compañía que he tenido es mi vieja pelota de esponja. Quizás se deba al precio de vivir solo y que en un momento determinado de esta cuarentena, la rescate de un estante y fue para mi como una especie de tabla de salvación contra el estrés y la inefable ansiedad que provocan el encierro.

Sabe muy bien mi pelota que la aprieto, acaricio y reboto contra la pared más por gusto que como una forma de desahogo. Y aún así sigue tan resistente como cuando recién la adquirí, pero con más sabiduría elástica y con los cuidados debidos que han creado estos días de inédito convivio. Sabe de antemano que la quiero y la respeto. Y comprendo que el sentimiento es mutuo.

Hemos formado una inevitable alianza tipo la película “Náufrago” (Robert Zemeckis) o una comunión similar como la de aquella pequeña pelota de Rocky (John G Avildsen) que botaba incesantemente por las calles de Filadelfia. Por cierto, filmes vistos por enésima vez durante estos tediosos días junto a mi compañera redonda.

 

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