Hace un año mi familia y yo nos cambiamos de domicilio, aunque la diferencia fue de una cuadra pareciera que nos mudamos a otro mundo: estamos sobre la calle más escandalosa del mundo.

Todos los días desde temprano y hasta ya noche se escucha la campana de la basura, el señor que vende gas o agua, los tamales, el carro de churros, el cantar unísono y extenso de los perros, la chicharra que avisa que llegaron los helados, el vecino que pasea en su carro con música a todo volumen y aquellos que compiten a campeón de la mejor bocina, a veces cada uno tiene su turno y en otras parece competencia.

Acostumbrada al silencio de la anterior calle y a rara vez estar las 24 horas del día en casa, ahora debo escuchar en todo momento esa mezcla de sonidos al tiempo que trabajo y trato de no enloquecer con el confinamiento.

Ahora, soy partícipe de la orquesta. Dirían por ahí que si no puedes contra el enemigo, únete.

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