En mi adolescencia tuve ocasionales y felices domingos en los que mis principales Maestros, Gonzalo –mi hermano- y Bruno –su amigo-, me llevaban al mercado de La Lagunilla, en donde era feliz entre tantos objetos, así que considero que fueron ellos los culpables de mi “objetofilia”.

 

Durante estas noches de confinamiento -que en mi caso no son muy distintas a las cotidianas- retomé el hábito de armar aviones de madera. Me decidí a armar uno, pero me hacía falta barniz. Con las tiendas de modelismo cerradas y el confinamiento dificultando la maniobra de conseguirlo, acudí a mi hermano Gonzalo. Al hablar con él me dijo una frase que me encantó: “¿sabes qué es lo más bonito de tener? ¡que puedes regalar!”. Al siguiente día fui a su casa por el barniz que me regaló además de un kit maravilloso para armar junto con dos cartas muy a su estilo, cargadas de tinta, arte, cariño y palabras reconfortantes. El avión de regalo pasó a ser un preciado objeto de buró con su empaque que tiene un diseño asombroso, acompañado de las cartas y el recuerdo de aquella mañana con mi querido hermano Gonzalo.

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