El juego de té es una herencia de mi abuelita. Desafortunadamente una de las tazas se rompió. Pensé en tirarla pero mi abuelo tenía paciencia de santo para reparar las cosas rotas. Recuerdo vívidamente verlo absorto restaurando la oreja de un elefante de pasta, un platito de porcelana de la colección de mi abuelita o el muñequito descabezado, todo merecía una segunda oportunidad a los ojos de mi abuelo. Ahora que lo recuerdo, el elefante mereció muchas más, debió tener alma de gato y no de elefante.

Guardé la taza para repararla, pero ni usando el hábito de mi abuelo pude hacerlo. No sé si esta cuarentena, el peso de las cosas no dichas, de las acciones que ya no serán, del presente infinito y el futuro que no llega, me llevaron directo a la taza de té. Juntando los pedazos intenté darle vida una vez más a esa pequeña taza; no es de porcelana, no es de colección y no volverá a servir para lo que fue creada, con demasiados cortes apenas si el pegamento la mantiene en pie, pero me niego a tirarla, porque como creía mi abuelo: todos merecen una segunda oportunidad.

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