El Hundimiento del Titanic

El Hundimiento del Titanic

El 14 de abril de 1912 fue un día en el que todo transcurrió con normalidad. Una noche plácida y estrellada sin luz de luna cubría el firmamento de un mar apacible. Edward Smith, capitán del RMS Titanic, emitió la orden de trazar un rumbo más al sur antes de virar hacia el oeste con el fin de sortear los sectores de icebergs.

Cerca de las diez de la noche, después de cenar, el capitán acompañado por algunos de los pasajeros, se retiró a su camarote a descansar, dejando a cargo al primer oficial William Murdoch, quien redobló la vigilancia y mandó cerrar todas las aperturas en el castillo de proa para evitar cualquier luz o reflejo que entorpeciera la visión de los vigías.

La temperatura descendía cada vez más. Faltaban tan sólo 20 minutos para la medianoche cuando el marinero Frederick Fleet en su puesto de vigilancia, advirtió un bloque de hielo que se levantaba en el horizonte y de inmediato avisó a Murdoch, quien ordenó virar a babor y detener los motores. Se logró evitar la colisión, pero cinco metros debajo de la línea de flotación, el hielo rozó por el costado de estribor.

El incidente fue apenas escuchado por algunos pasajeros, una tenue vibración recorrió el casco del barco y algunos fragmentos de hielo cayeron a cubierta. El capitán Smith fue informado inmediatamente, cuando ya el témpano estaba lejos de la embarcación. Llamó a miembros de la tripulación a efectuar una evaluación de los daños; en el compartimento de proa se escuchaba el silbido del agua que desplazaba al aire en el casco. Pocos momentos después, Thomas Andrews, diseñador del barco, confirmó que el barco podía permanecer a flote no más de dos horas.

Aquel barco de 7,5 millones de dólares (unos 172 millones al cambio actual) las cinco capas de seguridad en su casco, con sus enormes pistones de cuatro pisos de altura, sus tres potentes hélices, sus detallados acabados que hacían que los millonarios se sintieran aún más millonarios y los pobres menos pobres; aquel palacio flotante, ostentoso, con siete cubiertas considerado insumergible, había recibido una herida mortal en uno de sus costados y estaba por hundirse. El pánico comenzó a contagiarse entre las 2223 personas que viajaban a bordo.

Los botes salvavidas no eran suficientes; apenas 20 botes de los 66 recomendados durante su construcción albergaban a 1,178 pasajeros. El capitán Smith supo desde ese momento que no todos se salvarían y se percató que los primeros botes habían partido sin su capacidad completa. Pese a llamarlos para que regresaran, no lo hicieron; probablemente temían ser succionados con el hundimiento de aquel coloso.

El RMS Carpathia, un buque de 13,000 toneladas que hacía su viaje desde Nueva York hacia Fiume (imperio austro-húngaro), recibió las múltiples llamadas de auxilio que emitían los telegrafistas desde el Titanic. El capitán Arthur Rostron, ante tan angustiante mensaje no dudo en virar su nave y surcar miles de kilómetros por peligrosas zonas de hielo para efectuar el rescate. Llegó a las cuatro de la madrugada y encontraron varios cuerpos congelados que flotaban en el agua.

El RMS Carpathia logró rescatar a 706 pasajeros y subir a bordo 13 botes salvavidas. El capitán mantuvo silencio telegráfico hasta su arribo a Nueva York, donde ya aguardaban los ansiosos periodistas.

La tragedia marítima más recordada en la historia de la humanidad.

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